lunes, 27 de mayo de 2013

Conclusiones

El problema central del origen de las lenguas romances se encuentra en la esencia del latín y en todos los demás fenómenos externos antes discutidos como la romanización y la época en la cual tuvo lugar, el sustrato, el superestrato, etc. Pero la verdadera causa no consiste en uno sólo de los susodichos factores, sino en el influjo concomitante de todos: en efecto el defecto principal de las teorías está en su unilateralidad, porque el paso desde el latín hasta las lenguas romances fue un proceso histórico extremadamente complejo, debido a la interacción de una multitud de parámetros. La transformación del latín no fue el resultado de un trastorno inesperado y dramático, sino el resultado de un proceso evolutivo adelantado y acelerado en la época de disolución del Imperio: el proceso de latinización empezó el siglo III a.C., pero no se había acabado ni en el momento de la caída del Imperio Romano en el siglo V d.C.; sin embargo la fuerza centrípeta de la red política, militar, escolástica y comercial que envolvía el Imperio, era bastante fuerte para generar una cohesión efectiva. Gracias en el prestigio de la literatura y del modelo de lengua también hablada (por la aristocracia senatoria), la unidad del latín nunca se consideró en peligro, aunque fuera una unidad que toleraba un fuerte grado de variación diatópica y distrática.
El Imperio sufrió crisis militares, económicas y demográficas muy serias, sobre todo en el III siglo d.C., por las cuales la potencia de Roma se quedó más débil, y así también el prestigio de su lengua. Así el latín se romanizó y los vulgarismos se pudieron desarrollar más libremente.
La separación entre lengua escrita y hablada se amplió en los primeros siglos del Imperio, haciendo necesaria la diminución de este desvío, la consecuencia de esto fue que el latín vino “democratizado”. 
A partir del siglo V, con la caída del Imperio, la separación fue menor y la oposición entre latín culto y latín popular fue eliminada en favor de este último, de manera que el camino quedó libre para el surgir de las lenguas romances.
Las documentaciones con rasgos en vulgar permiten de colocar en el V-VI siglo el cumplimiento general del prerromance y de reconocer la existencia de una norma no oficial y no reconocida pero corriente y distinta de la del latín de tradición escolástica.
Por lo que concierne a las intervenciones artificiales sobrepuestas al natural cambio de la lengua, hay que recordar que en el siglo IX, por causa del renacimiento carolingio, la separación entre latín culto y latín popular, ya desarrollado en lengua romance, fue ampliado, de manera artificial y externa. Fue una intervención que determinó en el 813 la muerte del latín culto y el nacimiento del romance. El latín quedaba todavía uniforme y compresible, pero cuando Carlo Magno y sus ductos hicieron una reforma que lo devolvió más cercano a su forma antigua, las lenguas romances tomaron una identidad plena y la diferenciación que existía fue manifiesta a todo el mundo. El problema central entonces está en la oposición entre latín clásico y latín vulgar: el sustrato amplió esa distinción acentuando la diferenciación de latín, mientras que las autoridades eclesiásticas y civiles intervinieron para favorecer la unidad, pero en realidad acabaron acentuando la oposición y causando la diferenciación y terminaron con el reconocer la existencia del romance.
La unidad y fuerza del latín fueron aniquiladas con el colapso cultural más que en el material del Imperio Romano. En el reino de los francos ya no era Roma el punto de referencia, sino la corte itinerante del rey franco o la sede del obispo. La escuela siguió enseñando la norma clásica pero las nuevas clases dirigentes no consideraron más la cultura el valor social más alto. El modelo de prestigio sobre el cual los hablantes regularon su comportamiento no fue más ni unitario ni culto, sino el idioma usado por los germánicos. La literatura, destinada a mantener alta la unidad y el prestigio de la lengua escrita, se agotó en los siglos VI e VII. Si este colapso cultural y espiritual no hubiera tenido lugar y se hubiera generado sólo un colapso material, el Imperio se habría dividido en varios estados pero no en diferentes lenguas romances. Los modelos lingüísticos se volvieron fraccionarios y toda aquella variación que antes era posible, pero reconducida a una norma unitaria, cogió trayectorias independientes. Las nuevas normas autorizaron las formas que antes eran sencillas variaciones, se añadieron además los desarrollos locales, a menudo divergentes entre ellos, por las cuales las fuerzas centrífugas se reforzaron y las centrípetas disminuyeron. En menos de dos siglos las lenguas romances devinieron individualidades distintas, relacionadas con nuevas identidades sociales, con nuevos sentidos de pertenencias y con una nueva comunidad que ya no era la romana.

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