La
‘romanización’ de un territorio empezó con su incorporación en
el Imperio Romano. Fueron integrados en el Imperio:
-
en el siglo III a.C. la península itáliana,
Sicilia, Cerdeña, Córcega, Costa Dálmata y las costas orientales y
meridionales de España;
-
en el siglo III a. C. la Italia septentrional, la Galia meridional,
la mayoría de la península Ibérica (excepto el noroeste) y
Cartago;
-
en el siglo I a. C. la Galia entera, el territorio de los Alpes y los
Prealpes
septentrionales
(‘Raetia’,’Noricum’), el noroeste de la península Ibérica,
la Dalmacia, la Mesia y la Dardania;
-
en el siglo I d.C. la Panonia, Britania y el territorio Decumano
(entre
la costa oriental del Rin y el Danubio);
-
en el siglo II d.C. Dacia.
En
1884 Gustav Gröber relacionó la diferente fisionomía de las
lenguas romances a la etapa de desarrollo alcanzada por el latín
sobre la fecha de la primera latinización de las provincias vistas
anteriormente. Para él, el latín llevado a Cerdeña en 238 a.C.
era diferente del que en 50 a.C. fue llevado al norte de Galia, y aún
más diferente del latín que en 107 d.C. fue llevado a Dacia. Según
esta teoría los colonizadores de Cerdeña y de España hablaban un
latín más arcaico con respecto al de Francia y Rumanía. Entonces
el sardo sería la lengua romance más antigua y el rumano la más
reciente. Esto podría ser verdad en el caso de que no hubiera habido
más contactos entre las provincias y Roma. Podemos observar que en
el sardo de las zona céntricas de Cerdeña se conservan las vocales
latinas Ō, Ŭ,
Ē, Ĭ
y las formas antiguas en a en los dobletes latinos
(janua, jenua; januarius, jenarius) y al mismo tiempo
en las zonas marginales y en la llana entorno a la capital Cagliari,
más accesible a los influjos, tienen formas más recientes con –e
(camp. génna, énna < lat. jenua). Todo
esto muestra que Cerdeña, gracias a la romanización precoz, ha
recibido un latín más arcaico, a la vez que ha influenciado el
haber tenido contactos con Roma hasta el siglo V d.C. también un
latín más reciente, que no podía hacer desaparecer el antiguo.
Si
desatentamos algunas incongruencias, como por ejemplo el hecho de que
Sicilia fuera la más antigua de las provincias romanas, pero no
tiene un habla muy conservador, se le puede contestar que no tiene en
cuenta que las provincias romanizadas siguieron estando en contacto
con Roma durante siglos, entonces, el latín de las provincias
recibió estímulos por la lengua madre. Además esta explicación
supone un latín imperial ya muy diferenciado en su interior, en
relación a la sucesión diacrónica de la latinización de las
provincias, pero aunque la latinización haya terminado en medio
milenio, en la base latina de las lenguas romances, las diferencias
que se pueden explicar cronologicamente son, en proporción, poco
mumerosas.
Sin
embargo esta teoría puede explicar algunas diferencias a través de
la cronología del latín, pero no la diversidad de las lenguas
romances. Además la hipótesis ha constatado que, en las tradiciones
lingüisticas coloniales, la fase de constitución de una tradición
local es fundamental, por eso la lengua de la colonia guarda a veces
unos rasgos diatópicos y diacrónicos que dependen de la época en
la cual se ha constituido la tradición y de la procedencia de los
colonizadores. El francés de Quebéc por ejemplo, mantuvo los rasgos
del francés del siglo VII y VIII, puesto que en aquel periodo se
constituyó la tradición franco-canadiense, y los rasgos de los
dialectos franceses atlánticos, porque desde allí venían los
colonizadores. Así el español de Latino América conserva la
original marca andaluza, a pesar de que las colonias hayan tenido
relaciones seculares con Madrid y con las otras regiones de la
península.
Entonces
la teoría de Gröber demuestra que la diversidad y el origen de las
lenguas romances deben ponerse en relación también con el
mantenimiento, la disminución o la interrupción de las
comunicaciones y con consecuencia a la calidad del latín.